Wednesday, October 18, 2006
De las Calcomanías y la Política

Tenía 7 años y, aunque suene curioso, a mis 25 aun recuerdo bastante bien esa época. Tenía una pieza acorde a mi tamaño, llena juguetes, un escritorio que jamás ocupé para hacer las tareas, un par de pelotas y calcomanías de todo tipo en la ventana. Recuerdo una gigante (bajo la perspectiva de la época), que era un símbolo de “No Fumar”, que hoy contrastaría hermosamente con los tres ceniceros con los que cuento en mi habitación. En un rincón una calcomanía que sólo decía “SI”, con una estrella haciendo el punto de la “i”; y en otro, una del “NO”, pero con un arcoiris dibujado sobre su fondo. Eso resumía exactamente el ambiente que se vivía en mi casa durante la víspera del 5 de octubre de 1988: con mi madre simpatizante del movimiento comunista por toda su vida, escondiendo revistas como la Ramona y libros de Neruda; y mi viejo, hijo de un Suboficial Mayor de la Escuela Naval, que aunque ya estaba retirado para el ’73, aun era capaz de dar un brazo por el gobierno militar.

Hoy pienso en esa ventana, y en realidad es casi como si fueras hincha de la U y el Colo, o vivir con la ilusión que el “Opus Dei” y la “Franc Masonería” un día podrían convivir en sana armonía, y organizar sus fiestas de fin de año juntos. Pero aunque no lo crean, entre mis padres no se discutía el asunto, todo era amor y paz (aunque se terminaron separando el ‘89, sin clara relación con los hechos antes expresados). Sin embargo a mi es al que le tocó gran parte del peso del conflicto político de la época. Por un lado tenía a mi madre, quien todos los días me explicaba porqué tenía que salir Pinochet de su cómodo sillón en La Moneda, insistiéndome en las violaciones a los derechos humanos y la persecución a los militantes de izquierda; y por otro mi padre tratando de explicarme todo lo bueno que hizo (aunque creo que esa parte nunca la comprendí).

Recuerdo un día en particular, donde mi padre decidió mostrarme las bondades del período en que vivíamos. Para eso me llevó durante la mañana a Fantasilandia, lo que no fue tan entretenido como creía, porque mi altura no alcanzaba para subirme a la montaña rusa ni a los demás juegos que valían la pena. A eso de las 3 de la tarde almorzamos en el Lomitón, mi restaurante preferido en esa época, dado que vendían hamburguesas y papas fritas; y luego nos devolvimos a casa con la misión de que mi madre supiera todo lo que habíamos hecho: ella escuchaba fascinada mis experiencias del mundo visto desde la perspectiva de la economía de mercado.

Al otro día mi madre decidió hacer lo propio, pero a diferencia de mi viejo, no uso el auto, con llevarme a pasear y dar una vuelta a mi vecina “Villa Grimaldi”, y contarme lo que pasaba ahí bastó y sobró. No nos demoramos más de 15 minutos contemplando los altos y rojos muros de adobe, la historia no duró más de 5, y yo no entendí ni la mitad.

El miércoles 8 fue un día relajado, para mi era una novedad esto de las elecciones, y mucho más tener a mis padres un día de trabajo en la casa, y más aun con el dedo pulgar manchado en tinta. No pude ver Pipiripao a la hora de once, debido a que la televisión estaba pegada dando noticias. En mi casa ni un plato roto, ni una alusión al ganador ni nada, pura convivencia normal, como siempre.

Pasaron unos cuantos meses, y recuerdo en mi ventana una nueva calcomanía donde salía escrito “Büchi”, donde la “Ü” era una carita sonriente…

 
Craneado por Rupert a las 9:26 PM | Permalink | 5 se han pronunciado. Hazlo tu también