Thursday, March 29, 2007
El buen samaritano...

Al fin he sido una víctima más del Transantiago. En realidad hasta me sentía un poco mal de apoyar este cambio en el sistema de transporte, y más aun, que me haya beneficiado un poco, dándome acceso a ciertas partes a las que voy seguido, pagando menos micros que antes. Pero hoy fue distinto, saliendo del cine del Alto Las Condes, un mall de la capital (sí señores de Estados Unidos, acá en Chile tenemos malls y cines), me tocó esperar más de lo usual una micro que me llevara a la estación Escuela Militar del metro, y es aquí donde empieza lo interesante.

Después de una hora de plantón, de muchísimas micros llenas, donde la única forma de subirse era en el techo; de taxis reventando con gente; personas abriendo puertas de locomociones como condenados a muerte buscando la libertad; y uno que otro riéndose de la desesperación de los demás (o sonriendo maliciosamente a las niñas saliendo del colegio); llegó mi turno de hacer dedo a cualquier cosa con ruedas y que bajara por la avenida (incluso motos o bicicletas). Un buen rato después, al fin un buen samaritano decidió trasladarme al metro. Resultó ser un estudiante de medicina haciendo su internado en alguna clínica de la comuna de Las Condes. De hecho acababa de terminar su turno ahí, y ahora partía a su otra práctica en la Posta Central.

No se si se fijaron en esto… salir de una práctica en el día, para pasar a una en la noche… estar concentrado 16 horas o más, durante al menos unas tres o cuatro semanas seguidas, viendo pacientes, dando diagnósticos y decidiendo qué es lo que se debe administrar en cada caso. Eso sumado a lo que debe estudiar y las horas de traslado, nos dan un estudiante de medicina que, después de unos días, no sabrá ni dónde vive, ni cuál es el primer apellido de su padre. Pero, ¿quién es capaz de dar semejante régimen a un practicante que maneja vidas humanas, y que por cansancio puede cometer un error que signifique algo que alguna familia tenga que lamentar? La respuesta la encontramos en la avenida San Carlos de Apoquindo 2200, en la Universidad de los Andes.

Ante tamaño cuestionamiento de este pasajero, le pregunté qué tiene que hacer uno para merecerse eso… la respuesta: regalar medicamentos que entregan los visitadores médicos a una señora con cáncer y una pensión de 75.000 pesos (cerca de 139 dólares al mes), donde el total del precio de los remedios son de alrededor de 300.000 pesos al mes (cerca de 556 dólares), es decir, darle una posibilidad de salvarse de tan complicada enfermedad. ¿Pero cómo tomó esta muestra de gratitud la universidad, que por lo demás pertenece al Opus Dei?

Antes de pasar a eso, veamos la historia completa. Estaba el buen samaritano trabajando en el Hospital Parroquial de San Bernardo, como cualquier otro estudiante. Un buen día (o malo), le tocó atender a una señora que sufría de fuertes dolores, a la cual le administraban medicamentos para quitárselos, y la enviaban a casa. Le preguntó qué le pasaba, ella dijo que tenía cáncer, y que volvía todos los días por el dolor, dado que no tenía como pagar los medicamentos. Como he dicho, mi conductor es un buen samaritano, por tanto le ofreció a la señora juntarle lo que le dieran los visitadores para entregárselos a ella. El primer mes, ningún problema; el segundo, tampoco, pero de ahí fue reasignado a otra parte, con lo cual no pudo volver a San Bernardo a entregarle tan preciada medicina a la señora. Ésta preguntó por él a un profesor del lugar, éste quiso saber por qué lo buscaba, y se enteró del asunto…

Un par de días después, lo manda a llamar uno de los directores de la facultad, que “¡oh coincidencia!”, es un sacerdote de la “Obra de Dios”; pero no de la manera convencional en que llaman a todos los alumnos, es decir, por teléfono. A mi conductor lo fueron a buscar en un furgón/camioneta/auto (entiéndase, algún vehículo) de la Universidad. Lo llevaron donde este director, el cual le dijo que no estaba bien que le anduviera dando medicamentos gratuitos de los visitadores a personas que no pudiesen pagarlos después; esos medicamentos están asignados para dárselos a personas en clínicas que pudiesen pagarlos. Lo que, por supuesto, fue puesto en discusión por nuestro protagonista, apelando a su condición de sacerdote, de ayudar al prójimo, etc.

La discusión, para no alargarnos en nimiedades, terminó en que el director le “ofreció” que terminara el semestre, y que luego la Universidad de los Andes haría los trámites para cambiarlo a la Universidad Mayor, donde supuestamente, eran más cercanos a los pensamientos del samaritano. Aquí nuestro personaje contó lo ocurrido a sus padres, quienes siendo ambos abogados demandaron a ésta institución. Además, amenazaron con hacer público éste tema, entre otros. Desde ese momento nuestro amigo, estudia gratis y le exigen el doble en todo…

Ahora bien, si se interesan en saber cuál es el otro tema que no le interesaba a esta respetada institución que se supiera, bueno, aquí se los voy a relatar. El conductor, al tener probablemente noción de la mitad de las cosas que me comentaba, me comentó que había un pequeño problema de robo de cadáveres de indigentes… ¿¿QUÉ QUÉEEEEEEEEEEEEEEEEE?? Fue lo único que atiné a preguntar en voz alta y con mis ojos saliéndose de sus cuencas.

El asunto es el siguiente, al parecer esta Universidad perteneciente al Opus Dei (lo había dicho antes, ¿cierto?), le pagaba (o paga, vaya a saber uno) cierta cantidad de dinero a los encargados de la morgue del Hospital Parroquial de San Bernardo, para poder sacar los cadáveres de indigentes que no habían sido reclamados por nadie, para llevárselos a la facultad y estudiar con ellos. Claramente esto es ilegal, puesto que la única institución que se puede permitir el lujo de dar cuerpos para su estudio es el SML (Servicio Médico Legal)…

Obviamente hasta ahí quedé en la historia. El trayecto que hice junto a mi somnoliento amigo no es tan largo, pero me regaló un par de cosas en qué pensar. Lo primero, el concepto de “ayuda al prójimo” que tiene la Obra, donde el prójimo no es el necesitado, sino el igual, que por supuesto, no es un indigente, ni un obrero, ni una empleada; sino un tipo que tiene dinero, y quizás poder. ¿Son ellos los que necesitan de estas cosas? Quizás sí, pero mucho más probable es un rotundo “no”. Y la segunda pregunta es, cómo una institución que debería apelar a la “no” utilización de cadáveres para el estudio, dada su línea católica dura, está robando (¿es idea mía, o hay un mandamiento que dice no robar?) cuerpos de personas que, tristemente, vivieron sus últimos días sin que nadie se enterara de que seguían existiendo.

Da para pensar, este tema, que por lo demás, quiero dejar en calidad de rumor, dado que no tengo como confirmar ninguno de estos datos. Pero quién sabe, dicen que si el río suena, es porque piedras trae.

 
Craneado por Rupert a las 11:44 PM | Permalink | 6 se han pronunciado. Hazlo tu también