Friday, September 21, 2007
Hola, ¿Quieres bailar?
A pesar de que tenía ganas de hacer un análisis de la chilenidad con motivo de las fiestas patrias, decidí cambiarlo por otro tema que me gustaría explayar en este espacio, y aunque no tiene relación directa con la celebración de la Primera Junta de Gobierno, más que el haber nacido la idea durante la misma, de todas formas creo que es importante recalcar por una reivindicación del género masculino, en el sentido de haberme fijado por primera vez, que tan distintos no somos del género femenino.

La historia comienza así: para cambiar de aires, y analizar un poco lo que sería de mi vida de aquí en adelante, opté por pasar las mini vacaciones en mi tierra natal, Concepción. Por supuesto, vi a mi familia y, como siempre, me tenían programados una serie de carretes y salidas con amigos de ellos, y es así como el sábado fuimos a tomarnos unos tragos a un local llamado Almendra -bastante bueno la verdad, ultra recomendado para los que viven en esos lares-, para luego ir a hacer gala de nuestras dotes de bailarines en la discoteca K.O. –que, dicho sea de paso, es bastante buena, recomendada también-. Los actores de la noche son: mis primos Manuel, Javier y María José; el Arturo, primo de mis primos, así que familia igual; la Ceci, polola de Javier; la Cathie y Daniela, amigas de la Coté y Manuel respectivamente; y por supuesto, yo.

En un principio, se dio la combinación lógica de los grupos de salida: conseguimos una mesa, e inmediatamente se fueron a bailar Javier con la Ceci y Manuel con la Daniela. Como la Coté andaba con la Cathie comprando, nos quedamos Arturo y yo conversándonos un trago, cuidando la mesa y las cosas de los bailarines. En eso llegan las dos perdidas, y nos pusimos a bailar por ahí cerca, para evitar los típicos robos que se dan por dejar las cosas tiradas. Hasta ese momento, todo bien, pero lo que pasó en adelante es lo que me hizo escribir lo que leen en estos momentos.

Después de un buen rato, llegaron Javier con la Ceci, así que les tocó administrar la mesa, y nos fuimos a bailar a la verdadera pista. Se decidió que la Coté con la Cathie irían por su lado, y Arturo y yo, por el nuestro, así que se dio el típico ritual de ese tipo de lugares: esperar a un lado de la pista, buscando un par de señoritas solas, ir a sacarlas a bailar y claramente, ponerse a bailar. Al parecer andábamos con buena racha, y dado que ninguno de los dos es digno de poner en una pancarta comercial de calzoncillos, en cierta medida es un fenómeno raro que te digan de entrada que sí; de hecho lo normal es preguntar un par de veces antes de que eso ocurra. Pero ahora se dio que de inmediato resultó.

Después de eso, se cambia por el segundo ritual acostumbrado, comenzar a interactuar con tu pareja de turno, cosa un poco compleja por el ruido ambiente y los continuos codazos en las pistas llenas de gente. Lo primero es preguntar el nombre, quizás comentar lo mala o buena que está la música, saber qué hacen, y buscar temas en común para poder seguir desarrollando una conversación. En algún momento, poco determinable por la plática, pero sí por las miradas, alguna de ellas se aburre y “van al baño”. Claramente, luego se vuelve al primer ritual mencionado.

Cuando ellas se fueron, le propusimos a un par de niñas más lo mismo, como nos dijeron que no, nos aburrimos y fuimos a comprar otro trago, para luego volver con Arturo a conversar a la mesa. Es ahí donde empezamos a analizar estos rituales.

Primero que todo, quiero hacer notar lo primitivo que pueden ser los pasos, comparables a los actos de cualquier mamífero. Así, llegamos a la primera etapa, que viene a ser el acecho –encontrar alguien que te interese y fijarse bien cómo es y qué cosas le gustan-, luego el clásico pavoneo –hacerse notar por la niña en cuestión-, para pasar luego a la conquista, y de ahí, bueno, es la mujer la que decide si acepta al tipo o no. No se si hemos avanzado en este aspecto de cuando andábamos subidos en los árboles, pero la verdad no es tan distinto del “modus operandi” de la mayoría de los animales, de hecho hemos cambiado la forma, pero no el fondo.

Bueno, como iba contando, el análisis lo quiero llevar a lo observado una infinidad de veces en discotecas y lugares afines. Como expuse antes, el tema de la seducción no es muy distinto al de los mamíferos, y hay un asunto donde es más claro que en ninguno: en las culturas occidentales de hoy en día es, en la gran mayoría de los casos, la mujer quien elige con qué hombre quedarse: como dice el refrán, “uno propone, pero ellas disponen”. En el baile no es distinto, uno es el que pregunta si ellas quieren bailar y, asimismo, ellas quienes deciden si quieren hacerlo; de hecho, son muy escasos los momentos en que se da lo contrario, pero aquí es donde me asaltó la primera gran pregunta de la noche. ¿Cuál es el criterio para discernir si uno es, o no, un personaje idóneo para bailar con la mujer a la que uno le está preguntando?

Si nos referimos a las típicas conversaciones con café de por medio, gran parte del sexo femenino –dicho por ellas mismas- decide que alguien es una buena pareja basados en cosas como la simpatía, la inteligencia, lo cariñoso, etc, etc. No obstante, ninguna de esas características son posibles de evaluar con la simple interacción de “hola, ¿quieres bailar?”. Entonces nos quedamos con la única posibilidad para darnos la respuesta: se fijan sólo en el físico. Aunque bueno, quizás no solo en eso, también en qué tan borracho esté el tipo en cuestión, y cuánta cara de degenerado tenga, pero si consideramos esos puntos como minorías dentro del amplio espectro disponible, nos queda la primera como la respuesta más probable.

De esa misma respuesta, se desprendió durante la conversación una segunda pregunta, ¿las mujeres realmente piensan que todos los hombres que quieren bailar con ellas, quieren además, agarrar con ellas? Yo puedo dar fe, como hombre, que no siempre es así, aunque el 100% de las encuestadas durante la noche hubiese dicho lo contrario –sí, de aburridos y jugosos, nos pusimos a encuestar a cuanta señorita se nos puso en frente en el lugar-. El 85% de las veces uno saca a bailar de jote, aunque siempre está ese 15% que da pie a la duda, mal que mal, algunos pololean y son fieles; otros simplemente andan con ganas de bailar –sí, a veces pasa que uno anda con ganas de bailar-; y otras, uno simplemente anda con ganas de conocer gente para conversar y no necesariamente agarrar con ellas.

De esta segunda pregunta, se desprende además, una tercera respuesta, que viene en relación a todo lo antes expuesto: si es el hombre el que da el primer paso, y si a la mujer le interesa mayormente el físico en este tipo de situaciones y, además, creen que el 100% de los hombres que las sacan a bailar quieren agarrar con ellas, entonces sacamos como una primera conclusión, que si le dicen que sí a un tipo, es porque ellas también tienen un interés en agarrar con él –por lo menos en una primera instancia-.

En este sentido, somos muchísimo más parecidos de lo que ellas mismas quieren creer: somos igualmente superficiales, por mucho que nos cueste aceptarlo, y nos damos una primera impresión basada en casi las mismas cosas, que pueden ser los ojos, la sonrisa, la cara, el físico, o todo en su conjunto. Al fin y al cabo, quizás somos tan primitivos aún, como el baile en si mismo.

Para la próxima entrega, pasaremos al segundo tema con respecto a lo mismo: ¿qué pasa cuando te dicen que sí quieren bailar contigo?, o en otras palabras, la gran discusión de por qué las mujeres “van al baño” tan seguido. Disculpen la extensión, prometo que la otra será más corta.

*Ambas fotos son mías, revisen mi flickr para verlas

 
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Saturday, September 01, 2007
Nada más, ni nada menos que lo esperable

Alguna vez dijo Voltaire… o quizás lo dijo Aristóteles… o Voltaire citando a Aristóteles…, bueno, como sea, alguno de ellos dijo una vez: “podré no estar de acuerdo con lo que dices, pero moriría por tu derecho a decirlo”. La verdad, no puedo estar más de acuerdo con esa frase, puesto que resume, en cierto sentido, lo que es la democracia y la tolerancia. Ahora bien, hay formas y formas de expresar lo que uno pide, ya sea ante un desconocido, un cercano, o una autoridad; y la forma en como se ha ido dando en todas las grandes manifestaciones que he tenido la poca fortuna de presenciar, no ha sido lo que llamaría la mejor de todas.

Cientos de detenidos, decenas de heridos, varios millones en destrucción a la propiedad pública y privada, y saqueos a locales grandes y pequeños, son la tónica usual los 29 de marzo -día del joven combatiente-, 1 de mayo -día del trabajador- y 11 de septiembre -coincide con el ataque a las torres gemelas, pero en el caso chileno se recuerda como el día en que Pinochet atacó el Palacio de La Moneda, y se hizo del poder durante 17 años-. Aunque a veces se dan fechas no “calendarizadas” para este tipo de situaciones, como fue el caso del miércoles 29, recién pasado.

Una vez más, la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), hizo un llamado a movilizaciones, para demandar en esta oportunidad, un alza al sueldo mínimo, y mejores condiciones laborales para los trabajadores –que puesto en idioma político, quedaría algo como fin al sistema neoliberal de mercado y fin al sistema binominal-. Acá mi rol no es dedicarle líneas a lo que piden o dejan de pedir, insisto que estamos en una democracia, y cada cual es libre de exigir lo que se le venga en gana –que se lo den, es harina de otro costal-; sin embargo hoy quiero hacer ver mi punto de vista acerca de estas manifestaciones.

Cerca de 700 detenidos, aproximadamente 50 heridos (en su mayoría carabineros), un fotógrafo quemado por una bomba molotov, un senador con un palo en la cabeza y varios millones en destrucción a la propiedad pública y privada, todo esto, en una marcha que jamás fue autorizada, y aunque así lo hubiese sido, esos números son más que suficientes para decirnos que algo no anda bien en la cabeza de las personas que están provocando estos destrozos. Ojo, que acá no es mi intención tampoco dejar a Carabineros como blancas palomas, sin embargo creo que los entiendo (y apoyo) cuando agarran a palos a ciertos tipos, mal que mal, yo también lo haría si me tiraran piedras, si me pegaran patadas, o si trataran de quemarme vivo con bombas.

Es que en serio me cuesta comprender cuál es el afán de ir a destruir paraderos, basureros, señalética, tiendas comerciales y pequeños negocios. ¿Acaso creen esa manga de tarados que la gente que trabaja ahí, que vive de eso, son la causa o una representación del “enemigo” contra el cual luchan? Claramente no, es simple y mera delincuencia, nada más, nada menos. Quizás, sólo quizás, podría llegar a entender –jamás compartir-, el argumento que ellos esgrimen para ir a tirarle piedras a carabineros y periodistas, y es que en realidad no le encuentro sentido alguno a todo eso, mal que mal, los oficiales ganan poco y arriesgan el culo todos los días para poder proteger a la ciudadanía de ladrones, violadores, asaltantes, estafadores, etc. De hecho, me siento orgulloso de estar en uno de los pocos países latinoamericanos, en donde me puedo parar al lado de un policía sin tener miedo a que él me asalte.

Sobre la base de lo que enseñaron, la violencia es siempre el último recurso para solucionar los conflictos, y mi pregunta es ¿se agotaron realmente los demás medios? Porque puedo entender que los políticos sólo juegan para el lado que les conviene a ellos, no les interesan sus votantes, salvo casos excepcionales, o las épocas de elecciones. Puedo entender también –y de hecho lo comparto-, que en Chile no existe la democracia –aquí agregaría que difícilmente existe en alguna parte del mundo-. Además, estoy de acuerdo con que las riquezas están pésimamente repartidas, y con que hay que mejorar la calidad de las escuelas y colegios, además, no estoy de acuerdo con que se entreguen sueldos de miseria a las personas, ni mucho menos con que lleguen los empresarios diciendo que ellos le “hacen un favor” a la comunidad generando empleos –de hecho, es al revés, la gente le está vendiendo su tiempo y esfuerzo, a cambio de trabajo para ellos-. Y sin embargo, no creo, a pesar de todo esto, que ir a quemar micros, carabineros o prensa; ir a destruir paraderos, locales comerciales o algún tipo de señalética, sea la respuesta que buscamos a todas nuestras tribulaciones.

A veces apelaría a que estos tipos que salen a hacer vandalismo, traten de apelar a su propia inteligencia, a hacer las cosas bien. Qué se yo, quizás propiciar y generar cambios reales y que contribuyan a sus comunidades, como ir todos los vecinos a mejorar la escuela que se está cayendo a pedazos, o bien construir algún tipo de lugar para poder practicar actividades deportivas. Pero no, siempre tiene que ser el “papá gobierno” quienes les den todas las soluciones en bandeja, y si no las entrega, le arman berrinches cual niño chico.

En fin… quizás algún día esto cambie, mientras, no quedará otra que seguir aguantando a gente estúpida destruyendo lo que otros se han demorado bastante en construir.

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