La historia comienza así: para cambiar de aires, y analizar un poco lo que sería de mi vida de aquí en adelante, opté por pasar las mini vacaciones en mi tierra natal, Concepción. Por supuesto, vi a mi familia y, como siempre, me tenían programados una serie de carretes y salidas con amigos de ellos, y es así como el sábado fuimos a tomarnos unos tragos a un local llamado Almendra -bastante bueno la verdad, ultra recomendado para los que viven en esos lares-, para luego ir a hacer gala de nuestras dotes de bailarines en la discoteca K.O. –que, dicho sea de paso, es bastante buena, recomendada también-. Los actores de la noche son: mis primos Manuel, Javier y María José; el Arturo, primo de mis primos, así que familia igual; la Ceci, polola de Javier; la Cathie y Daniela, amigas de la Coté y Manuel respectivamente; y por supuesto, yo.
En un principio, se dio la combinación lógica de los grupos de salida: conseguimos una mesa, e inmediatamente se fueron a bailar Javier con la Ceci y Manuel con la Daniela. Como la Coté andaba con la Cathie comprando, nos quedamos Arturo y yo conversándonos un trago, cuidando la mesa y las cosas de los bailarines. En eso llegan las dos perdidas, y nos pusimos a bailar por ahí cerca, para evitar los típicos robos que se dan por dejar las cosas tiradas. Hasta ese momento, todo bien, pero lo que pasó en adelante es lo que me hizo escribir lo que leen en estos momentos.
Después de un buen rato, llegaron Javier con la Ceci, así que les tocó administrar la mesa, y nos fuimos a bailar a la verdadera pista. Se decidió que la Coté con la Cathie irían por su lado, y Arturo y yo, por el nuestro, así que se dio el típico ritual de ese tipo de lugares: esperar a un lado de la pista, buscando un par de señoritas solas, ir a sacarlas a bailar y claramente, ponerse a bailar. Al parecer andábamos con buena racha, y dado que ninguno de los dos es digno de poner en una pancarta comercial de calzoncillos, en cierta medida es un fenómeno raro que te digan de entrada que sí; de hecho lo normal es preguntar un par de veces antes de que eso ocurra. Pero ahora se dio que de inmediato resultó.
Después de eso, se cambia por el segundo ritual acostumbrado, comenzar a interactuar con tu pareja de turno, cosa un poco compleja por el ruido ambiente y los continuos codazos en las pistas llenas de gente. Lo primero es preguntar el nombre, quizás comentar lo mala o buena que está la música, saber qué hacen, y buscar temas en común para poder seguir desarrollando una conversación. En algún momento, poco determinable por la plática, pero sí por las miradas, alguna de ellas se aburre y “van al baño”. Claramente, luego se vuelve al primer ritual mencionado.
Cuando ellas se fueron, le propusimos a un par de niñas más lo mismo, como nos dijeron que no, nos aburrimos y fuimos a comprar otro trago, para luego volver con Arturo a conversar a la mesa. Es ahí donde empezamos a analizar estos rituales.
Primero que todo, quiero hacer notar lo primitivo que pueden ser los pasos, comparables a los actos de cualquier mamífero. Así, llegamos a la primera etapa, que viene a ser el acecho –encontrar alguien que te interese y fijarse bien cómo es y qué cosas le gustan-, luego el clásico pavoneo –hacerse notar por la niña en cuestión-, para pasar luego a la conquista, y de ahí, bueno, es la mujer la que decide si acepta al tipo o no. No se si hemos avanzado en este aspecto de cuando andábamos subidos en los árboles, pero la verdad no es tan distinto del “modus operandi” de la mayoría de los animales, de hecho hemos cambiado la forma, pero no el fondo.
Bueno, como iba contando, el análisis lo quiero llevar a lo observado una infinidad de veces en discotecas y lugares afines. Como expuse antes, el tema de la seducción no es muy distinto al de los mamíferos, y hay un asunto donde es más claro que en ninguno: en las culturas occidentales de hoy en día es, en la gran mayoría de los casos, la mujer quien elige con qué hombre quedarse: como dice el refrán, “uno propone, pero ellas disponen”. En el baile no es distinto, uno es el que pregunta si ellas quieren bailar y, asimismo, ellas quienes deciden si quieren hacerlo; de hecho, son muy escasos los momentos en que se da lo contrario, pero aquí es donde me asaltó la primera gran pregunta de la noche. ¿Cuál es el criterio para discernir si uno es, o no, un personaje idóneo para bailar con la mujer a la que uno le está preguntando?
Si nos referimos a las típicas conversaciones con café de por medio, gran parte del sexo femenino –dicho por ellas mismas- decide que alguien es una buena pareja basados en cosas como la simpatía, la inteligencia, lo cariñoso, etc, etc. No obstante, ninguna de esas características son posibles de evaluar con la simple interacción de “hola, ¿quieres bailar?”. Entonces nos quedamos con la única posibilidad para darnos la respuesta: se fijan sólo en el físico. Aunque bueno, quizás no solo en eso, también en qué tan borracho esté el tipo en cuestión, y cuánta cara de degenerado tenga, pero si consideramos esos puntos como minorías dentro del amplio espectro disponible, nos queda la primera como la respuesta más probable.
De esa misma respuesta, se desprendió durante la conversación una segunda pregunta, ¿las mujeres realmente piensan que todos los hombres que quieren bailar con ellas, quieren además, agarrar con ellas? Yo puedo dar fe, como hombre, que no siempre es así, aunque el 100% de las encuestadas durante la noche hubiese dicho lo contrario –sí, de aburridos y jugosos, nos pusimos a encuestar a cuanta señorita se nos puso en frente en el lugar-. El 85% de las veces uno saca a bailar de jote, aunque siempre está ese 15% que da pie a la duda, mal que mal, algunos pololean y son fieles; otros simplemente andan con ganas de bailar –sí, a veces pasa que uno anda con ganas de bailar-; y otras, uno simplemente anda con ganas de conocer gente para conversar y no necesariamente agarrar con ellas.
De esta segunda pregunta, se desprende además, una tercera respuesta, que viene en relación a todo lo antes expuesto: si es el hombre el que da el primer paso, y si a la mujer le interesa mayormente el físico en este tipo de situaciones y, además, creen que el 100% de los hombres que las sacan a bailar quieren agarrar con ellas, entonces sacamos como una primera conclusión, que si le dicen que sí a un tipo, es porque ellas también tienen un interés en agarrar con él –por lo menos en una primera instancia-.
En este sentido, somos muchísimo más parecidos de lo que ellas mismas quieren creer: somos igualmente superficiales, por mucho que nos cueste aceptarlo, y nos damos una primera impresión basada en casi las mismas cosas, que pueden ser los ojos, la sonrisa, la cara, el físico, o todo en su conjunto. Al fin y al cabo, quizás somos tan primitivos aún, como el baile en si mismo.
Para la próxima entrega, pasaremos al segundo tema con respecto a lo mismo: ¿qué pasa cuando te dicen que sí quieren bailar contigo?, o en otras palabras, la gran discusión de por qué las mujeres “van al baño” tan seguido. Disculpen la extensión, prometo que la otra será más corta.
*Ambas fotos son mías, revisen mi flickr para verlas